martes, 11 de enero de 2011

Interesante reflexión.

Feliz Año para todos. Espero que nos podamos ver el sábado. Mientras tanto leed esta interesante reflexión que expresa con bastante exactitud el impulso irresistible que nos empuja a navegar.
Un saludo para todos.

<>Una pequeña diferencia.

Un día escuche a un etólogo hablar de sus estudios sobre unas razas de monos. Explicó una cosa que me sorprendió. Cuando estaba estudiando un tipo de mono, en realidad, también estudiaba al otro, pues en la comparación de sus diferencias aprendía a entender mejor a ambos.

Me pidieron que emborronara algunas ideas que quizás remotamente pudieran servir para un grupo que tendrá la responsabilidad de representarnos ante la sociedad.

Yo pensé que para que nos entiendan, primero tenemos que entender en que nos diferenciamos.

El tema da mucho de sí, yo solo apunto algunas ideas que me vienen a la cabeza sobre algunas sustanciales diferencias con los otros. Los que no nos entienden. Yo creo que nosotros procuramos entenderlos, de hecho ese impulso natural a la libertad está tan en nuestro interior como el miedo, el amancebamiento, o el concepto clásico del avecindado, el adaptado conformado y conformista en un sentido molar. De mole por grande y por demoledora de la libertad individual.

Profundizando en algunas características que causan extrañeza de nuestra afición, recuerdo un cuento de Benedetti donde describía una recoleta plaza montevideana en la que se reunían los enfermos de Tísis. Allí, el que más prestigio social tenía, era el de peor diagnóstico. En una sala de quimioterapia ocurre lo mismo. Si el vecino dice que ya lleva dos ciclos y que le ha empezado a caer el pelo, el otro contesta muy ufano:
-Eso no es nada, yo ya llevo ocho y se me han caído hasta los pelos de las axilas.-
En la cárcel pasa otro tanto. Tener la peor condena, hace subir en el escalafón.
La mejor aventura -para nosotros- es aquella que a pesar de estar repleta de calamidades y dificultades, son superadas por el protagonista con tesón, ingenio y buen ánimo.
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Entre las rara avis que pueblan esta taberna he comprobado que no admiramos al armador de un velero de ensueño. En todo caso, admiramos al barco, no a su propietario. Incluso ocurre que entre los marineros aquel que tiene un buen barco y no sabe aprovecharlo, es todavía más despreciado.
Al armador de un buen barco se le admira si demuestra con su experiencia y oficio que es merecedor de tripularlo. Sin embargo, solo un navegante sabe apreciar la verdadera belleza de un velero. Un barco es bonito si navega bien y lo superfluo u ostentoso en nada sobra tanto, como en un velero oceánico. Lo que demuestra que para nosotros lo bello es lo funcional y lo sencillo.

De forma contraria a otras facetas de la vida, los navegantes al que más respetamos, es a aquel, que aún tripulando una embarcación pobre y lastimosa, a diferencia de otros con mas posibles, se atreve a cruzar los océanos.
La soberbia esta muy mal vista entre los marineros. El que se ha enfrentado a un elemento natural tan poderoso como un océano, sabe que el más orgulloso se doblega ante su fuerza y de nada vale la temeridad y la jactancia sino la experiencia y la modestia. No peca el buen marinero de imprudente y por eso suele ser el que más pregunta y menos afirma, pues sabe interiormente que en su mundo no hay mayor certeza que la incerteza.

Un ejemplo de navegante es nuestro admirado Bernad Moetisier. Si en algo se caracteriza es por rechazar la gloria. Paradójicamente esta renuncia lo hizo más famoso, pues esa actitud en los tiempos que corren se ha convertido en noticia singular y escasa.

Es posible que mucha gente no comparta las palabras que digo, pero así las siento y de esa forma me parece que piensan muchos de los navegantes que más admiro. Mucho después de ofrecerles mi ayuda, de compartir un trago, me enteré que eran personas que han renunciado a lujos y privilegios, para encontrar la libertad y la felicidad. Se alejaban de la riqueza pues cerca de ella sentían que se empobrecían. Optaron por una vida anónima y sencilla dejando para otros los honores aunque tengan mucha menos valía que ellos.
Es difícil encontrar hoy en día, una casta que buscando la felicidad renuncie a las comodidades que nos brinda una vida opulenta.
Resultando para la mayoría muy extraño que existan personas que puedan ser felices pasando frío, viviendo en un espacio más pequeño que el más reducido apartamento, en condiciones en las que cualquier otro se sentiría, el más infeliz de los humanos.

Por eso no me extraña mis queridos camaradas que no nos entiendan.
¿Acaso os sorprendéis? ¿No veis que sois unos bichos raros?
Si les dices que la náutica es una escuela de vida, que sirve para la integración de gente con diversidad funcional, que sirve para enseñar límites a los jóvenes inadaptados que no los tienen, que es terapéutica por satisfacer el impulso natural de libertad que nos demanda la biología,, que sirve para recuperar nuestra perdida autoestima evocando aquella epopeya colectiva que fueron las exploraciones y los descubrimientos , que sirve para encarnar la solidaridad, la camaradería, el afán de superación, la cultura del esfuerzo, la sencillez y la humildad…¿creéis que os van a entender?
Vosotros corréis a echar una mano al solitario en su cascarón. Ellos miran el megayate que nunca navega y por eso está siempre en su amarre a la vista de todos. Somos tan distintos a ellos que nunca nos entenderán. Tenemos por delante un esfuerzo muy arduo para cambiar la opinión de la gente. Por muchos ejemplos que pongamos, por muchos países a los que nos refiramos. Antes tenemos que explicar lo que somos, tenemos que abrirnos a la sociedad para diferenciarnos de aquellos que todavía quieren hacer de esto una actividad ostentosa y elitista.
Por culpa de ellos, con los que no tengo nada que ver, me dicen que mi actividad no es deportiva.

Un día tuve la oportunidad de conocer a un hombre muy importante y muy sabio. Quise explicarle que mi proyecto no era deportivo, que yo no competía contra nadie y él me corrigió diciéndome:

El espíritu deportivo es el que impulsa a un hombre a imponerse retos sin mayor beneficio, gloria, ni pago, que el sufrimiento de soportar las mayores adversidades para probarse a sí mismo
No se escala una montaña o se atraviesa un océano, sin dormir, con los músculos entumecidos, los dedos ateridos de frío…, por hedonismo; se hace por alegría.

Alegría que solo pueden sentir, aquellos que son capaces de superar su propio desafío.